jueves, 27 de octubre de 2011

Dos muertes muy diferentes

La muerte, sobre todo, nos adelgaza,  pero también nos transforma muchas veces en algo que no éramos, siempre dependiendo de la edad o el modo en que muramos. Es el caso de dos defunciones que han acontecido muy seguidas. La de Gadafi y la de Simoncelli.

   La primera cumple una máxima: da igual lo cruel, sádico, asesino que hayas sido, porque  si falleces violentamente, es decir, si los que te matan se muestran igual de sádicos que lo que eras tú, acabarás dando hasta lástima. Porque las imágenes de sus últimos momentos ponen los pelos de punta: herido, ensangrentado, recibiendo golpes de lo que definiríamos claramente como "chusma"... y acabo de ver otras imágenes, realmente espeluznantes, de modo que prefiero no seguir con esto. Entiendo que si yo fuera uno de esos energúmenos, posiblemente se me escaparía la mano, y más si algún familiar mío tuvo que sufrir las arbitrariedades e iniquidades de ese dictador fantoche y megalómano, pero lo que he visto supera todo lo imaginable. La imagen, ¡ay!, la imagen devora los motivos y las intenciones. Todo esto me recordó en cierto modo a la novela El otoño del patriarca, de García Márquez. En ella, Márquez escribe sobre un dictador viejo, acabado, tan antiguo como el mismo continente. Pero su descripción es tan melancólica que en vez de odiar al dictador perenne acabas casi compadeciéndolo. No es lo mismo, pero el resultado acaba siendo parecido.

   La segunda, la del piloto italiano de 24 años, Simoncelli, tiene tela. Si hubieran hecho una encuesta sobre él dos horas antes de la carrera funesta, todos dirían lo siguiente: un niñato temerario, imprudente, que pone en peligro la vida del resto de los pilotos, y que, de hecho, a causa de su pilotaje, ha causado graves accidentes. ¿Simpático? Lo será con sus amigos y familiares. Pues la muerte ha transformado a Sic, como si hubiera pasado de  fea crisálida a hermosa mariposa, y la capilla ardiente de Sic es un desfile interminable de lágrimas (qué distinta a la "capilla ardiente" de Gadafi, tirado en una colchoneta en una nave vacía, hediendo a cadáver descompuesto de cinco días, fotografiado por sus enemigos) . Espero que no se me malinterprete, no sea que alguno piensa que me alegro de su accidente, o barbaridades por el estilo.  Solo quiero que se vea a las claras la hipocresía que rodea las defunciones (todos conocemos casos tipo "que bo era Manoliño", cuando todos sabíamos que Manoliño era un auténtico sonofabitch). Recuerdo cuando murió el genial baloncestista croata Drazen Petrovic: todo elogios, halagos, hagiografía. Solo una persona valiente tuvo los arrestos de decir lo que pensaba de él, aunque hubiera muerto trágicamente. Fue su eterno rival y enemigo de la cancha, Juanma López Iturriaga, que tuvo que aguantar las chulerías, insultos y provocaciones de este otro niñato malcriado, genial sí, pero niñato al fin y al cabo.
Descansen en paz, eso sí, pero no falseemos la verdad.

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