jueves, 22 de abril de 2010

Orígenes apócrifos de un genio

Un día Dmitri salió de casa con un cuchillo oculto en la manga del abrigo. Cruzó las calles más humildes y las más ostentosas de San Petersburgo. Al pasar la Perspectiva Nevsky, vio un circo acampado en una explanada. En él vio un laberinto de espejos donde su rostro se multiplicó hasta el inginito. Vio un tigre siberiano que le erizó el cabello. Siguió su camino hasta llegar a la puerta de una casa. Aguardó. Al cabo de una hora un hombre salió de ella. Se miraron: eran totalmente idénticos. Era su hermano Nikolai, que acababa de estar con la mujer de Dmitri en aquella pensión paupérrima. Mató a su hermano, y fue como si muriese él mismo. Después subió las escaleras y mató a su mujer. Más tarde se acercó al río. Lo miró fijamente y se lanzó a él.
Justo en el momento en que se iba a morir pudo ver todos los hombres y mujeres que él fue antes: fue un picapedrero en la corte de Minos, fue un laborioso escriba en la biblioteca de Alejandría, fue una esclava tracia que murió sin pena ni gloria en la Campania, fue un niño asustado viendo pasar la horda de los hunos, fue un labrador que murió de peste junto con toda su familia, fue también el hijo de un guantero de Stratford-upon-Avon, un poeta ciego en la Edad del Hierro, un dragón napoleónico, un funcionario corrupto en la corte de Felipe IV. Fue muchas más cosas que pasaron por sus ojos en unos segundos.
Su alma voló desde Rusia, cruzó toda Asia, sobrevoló el Océano y llegó a otro continente. En ese momento nació un niño en una rancia familia bonaerense. Ese niño empezó a soñar tigres, espejos y laberintos, hasta el punto de sentirse en la obligación perentoria de inmortalizarlos. Su nombre era Jorge Luis Borges. ¿Adónde, a quién habrá viajado su alma?

(A Borges, tal vez el más grande)

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