sábado, 14 de noviembre de 2009

La verdadera historia de Moisés

Todo estaba preparado para la entrada en la Tierra Prometida: la cinta, el champán, la azafata con las tijeras sobre un cojín... Todo. Al día siguiente entrarían las tribus en esa tierra, comandadas por Moisés. Cada tribu llevaría una indumentaria distintiva: la de Levi, iría de blanco; la de Dan, horterillas ellos, de azul y granate; la de Benjamín, blanquinegra; Moisés presidiría con un vestido a rayas blancas y rojas. Sí, todo estaba listo.
Moisés subió a un monte cercano, pues sólo desde los montes se podía acceder a Dios, lo cual prefiguró de algún modo el Wi-fi. Pero desgraciadamente Dios en ese instante tenía escalofríos, dolor de cabeza, malestar general y fiebre. Aun siendo omnisciente, no se le había ocurrido crear
el Tamiflu al séptimo día. Y además de ese estado general, estaba de muy mal humor, como era habitual en Él. Esa llamada intempestiva le tocó las narices, y súbitamente le dijo a Moisés que de Tierra Prometida, nada. Moisés, anonadado, expuso que había guiado al Pueblo desde Egipto, habían seguido una dieta monocalórica de maná durante cuarenta años, había luchado contra las herejías... ¿y ahora eso? Dios le dijo:
-Calladito, ¿o no te acuerdas de Gomorra? Además, esa túnica que llevas te va a dar mal fario, Moisés.
Moisés bajó el monte desolado. Allí le esperaba Mordecai, su hijo, pues había tenido un hijo en la travesía.
-Dile a tu tío Aarón que se prepare, que va a ser él quien corte la cinta.
Mordecai se quedó callado, y atónito, aunque como había estado experimentando con ciertas hierbas y estaba un poco flipado, tal vez lo debíamos etiquetar de "acónito".
Al día siguiente, tras estrellar la botella de champán contra el costado de un camello, como es protocolario en toda inauguración (ese camello tampoco pudo entrar en Canaán dadas las lesiones sufridas), las tribus fueron desfilando: los de blanco, entonando un himno en que se definían como caballeros del honor; los blaugranas, entonando: "Tot Canaán és un clam..."; los de rojo, afirmando a sus asociados que nunca caminarían solos... y así sucesivamente fueron pasando todos. Todos menos Moisés, sentado sobre una piedra con su túnica a rayas rojas y blancas, y el camello, al que le esperaban largas sesiones de rehabilitación. Mordecai, que ya no estaba acónito, se le quedó mirando un instante y le dijo:
-Papá, ¿por qué somos de este equipo?
El cielo se abrió repentinamente, y Dios clamó:
-Eso me pregunto yo, Mordecai.

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