sábado, 28 de noviembre de 2009

Inquietantes Papás Noel

Hay un signo claro de que llegará la Navidad. ¿Es acaso el despliegue de turrones y mazapanes en los supermercados? No. ¿Es, pues, la instalación del alumbrado navideño e nuestras ciudades? No, no. ¿Es entonces la proliferación de anuncios de juguetes en la tele? Pues no, no, no. El signo de los tiempos, la llamada al ciudadano de que llega ese tiempo de reencuentros, broncas durante las cenas familiares, excesos etílicos y subidas de azúcar en sangre y colesterol descomunales, es, nada más y nada menos, la aparición súbita de Papás Noel (¿Papás Noeles? No sé cómo se conjuga este sintagma nórdico con renos voladores) en las fachadas de los edificios. Y ojo con ellos. Los hay pequeños, colgados de balcones o ventanas, que más bien parecen haberse ahorcado viendo el trabajón que
se les avecina; otros, más grandes, en cambio, parecen estar a punto de entrar en las casas y desvalijarlas, pues si no, ¿para qué llevan esos sacos vacíos? Sí, esa moda nefanda del Papá Noel equilibrista en exteriores de fachadas produce un efecto perturbador, inquietante, en los viandantes. Si Stephen King consiguió con It que todos los niños temieran a los payasos de circo, este colgamiento navideño en boga acabará por conseguir que acabemos denunciando a ese tal Noel del robo acaecido en nuestros hogares, o que lamentemos su auticidio por haber nacido en una familia desestructurada, sin padre ni madre, sólo conviviendo con renos con nombre propio a los que les da por volar: a saber qué se tomarán los puñeteros renos. Por favor, no contribuyáis a la alarma social: no colguéis esos muñecotes en las fachadas o algo va a acabar mal algún día. Y que no se os dé por meter muñecos a tamaño real de los Reyes Magos por las chimeneas, porque al final, es obvio, el pobre Baltasar acabará en la cárcel acusado de allanamiento de morada, y los otros dos (uno rubio, uno castaño), de rositas.

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