martes, 20 de octubre de 2009

Breve reflexión sobre el antisemitismo en España

Es raro que en un país que expulsó a los judíos de sus confines hace más de 500 años aún siga habiendo antisemitas. Sería curioso oír a la gente decir: "Yo soy antisuevo" o "Yo soy anticartaginés" o "Me defino como antialmohade". Pero el sentimiento está ahí, inexplicablemente. El recuerdo de los judíos en España pervive solamente en algunas ciudades con juderías, en algunos topónimos, y en algunos rasgos folklóricos: nada que sea suficiente para que tanto la izquierda como la derecha españolas hayan sido siempre antisemitas: lo único en lo que se han puesto de acuerdo en su historia; no olvidemos que sólo cuando gobernaba Felipe González se iniciaron las relaciones diplomáticas con Israel, cosa que no hizo Franco por su "tradicional amistad con el pueblo árabe", cosa a la que se negaron tanto la izquierda más radical como la derecha más recalcitrante posteriormente.
Es fascinante: unos, seguro que seguían alimentando el odio eterno al hebreo recordando las soflamas de Franco acerca de supuestos contubernios; de los otros, unos aún conservarían las consignas estalinistas furibundamente antisemitas, y otros se indignarían por considerar a Israel (con razón, dicho sea de paso) el factor más desestabilizante de Oriente Próximo, que además goza de la complacencia y la ayuda de los EEUU. Es un tema complejo, y la gente se confunde: que los israelíes hagan a los palestinos lo mismo que históricamente les han hecho a ellos todos los pueblos de todos los lugares donde se radicaron, no significa que uno vaya por ahí justificando el genocidio nazi. Si buscamos culpas, miremos a Gran Bretaña, que fue decisiva en la decisión de crear el estado judío allí donde peor podía encajar.
Pues hablando de antisemitas, ahora salen los "marrones" del secretario general del PP en Valencia (inciso: ¿qué carajo pasa en Valencia? ¿hay un universo paralelo? ¿Por qué todo pasa allí? ¿Cuántos políticos corruptos habitan por km cuadrado?), llamado Asencio, quien ni siquiera se disculpa por haber dicho hace tres décadas que los judíos eran el mal del mundo, que chupaban la sangre a los pacíficos ciudadanos, que el Holocausto fue una invención... ¿Por qué? Lo peor es que adoptando la postura que estoy adoptando ahora se me considerará un pro-israelí, y eso no mola nada. No soy pro-israelí, pero reconozco también que Israel es el único país democrático, con todas sus deficiencias, de todo el entorno. Repito: es un tema muy complejo.
En el campo anecdótico, curioso lo que me ocurrió el carnaval pasado en Orense, cuando iba disfrazado de Abraham Lincoln (ahí, en la foto, con un grupo heterogéneo). En un bar, el típico jovenzuelo de la izquierda nacionalista empezó a increparme. Yo, despistado, le razoné que sólo había liberado a los esclavos, y además me habían matado en un teatro, o sea que ya le valía. Insistió en su desprecio hasta que lo mandé a tomar viento. Más tarde caí en la cuenta: creía que iba disfrazado de rabino; el muy burro no sabía que un rabino nunca llevaría un sombrero de copa, ni iría jurando la constitución norteamericana por todos los bares de Orense.
Peor, ¿de qué me sorprendo? Hace varios años salimos Carola, mi cuñada Mª Jesús y yo disfrazados de miembros de la secta Amish. Nos llamaron de todo, creyendo que íbamos de rabinos, y tuvimos que gritar que éramos Amish, como los de la película de Harrison Ford, Único testigo. Nunca volveré a usar sombrero negro y sotabarba. Un día me cascan.

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