sábado, 17 de enero de 2009

Paseando por la ciudad

Paseando por la ciudad miré los carteles de las fachadas y los bajos. Mi conclusión fue la siguiente: hay más peluquerías que cabezas, y más clínicas dentales que dientes.
Fue sorteando en slalom zurullos caninos: mi conclusión fue que en España son los cerdos los que pasean a los perros.
Me paré en un escaparate de la tienda de un modisto de fama mundial: cuando vi los precios pensé en los pliegues temporales, en la inestabilidad de las coordenadas del espacio-tiempo. Mi conclusión fue que si aquel era el precio de un pañuelito, aquellas cifras no eran de este año, sino de 2223.
Me crucé con un grupo de adolescentes que, confiados en su número, insultaban a todos aquellos con los que se cruzaban. Pensé que sería perfecto mandarlos a hacer la mili durante tres años en Chafarinas con un sargento de los marines. ¡Señor, sí señor!
Un coche pasó delante de mis narices a 133 por hora por una calle del centro. Evidentemente, tenía prisa en matar o en morir. Doscientos metros más tarde acerté en la segunda hipótesis. Una farola de hierro forjado puede dar fe de ello.
Una moto arrancó haciendo un caballito. Después aceleró con ruido ensordecedor. Pude leer en la mente de los viandantes todos los modos de tortura, algunos que ni hubieran imaginado en Abu Ghraib o Guantánamo, ni la Stasi ni la DINA. Hizo otro caballito y la moto se le cayó encima. Todos aplaudimos, con lágrimas en los ojos.
Entré en un bar. Tres niños de unos cuatro o cinco años saltaban sobre las mesas emitiendo alaridos tribales, volcando consumiciones variadas. Sus padres los miraban emocionados, sentados en una mesa, fumando orgullosos. Pude ver en el camarero la luz que destelló en los ojos de Herodes. Yo, sin embargo, pensé en alguna referencia histórica o mitológica cuya labor fuera la aniquilación de padres omisos. No la encontré. Estas cosas no pasaban, se deduce. Salí del bar.
Inopinadamente me crucé con el antiguo cura de mi parroquia, don Urbano. Preferí pasar de largo, aunque después me arrepentí, pues mi deseo habría sido decirle: usted fue crucial en mi vida; gracias a usted vi la luz: supe que era imposible que todo lo que usted predicaba fuese cierto.
Seguí caminando y pisé una mierda de perro. Al menos dicen que trae buena suerte, me dije. Me arrimé al borde de la acera... y de repente me arrolló el mismo tipo de la moto que se había estampado minutos atrás haciendo caballitos. La última imagen que vi antes de morir fue: "2ªs Rebajas: Camiseta - 175 euros". Bueno, al menos había muerto en 2223, con 261 años de edad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Perfecto,tío.

Anónimo dijo...

En el fondo eres un nostalgico, por muchas cacas, motos, gamberracos ... Debe ser bueno sentir nostalgia, sentir apego a lugares y circunstancias de los que estamos alejados. Supongo que es señal de que tenemos raíces, querencias, recuerdos adquiridos o de nacimiento.