viernes, 30 de enero de 2009

Canciones de misa

Muchas veces comento a mis conocidos (es una historia que he repetido tanto...) la perplejidad que me causaba de niño la canción de misa "Qué alegría cuando me dijeron...". Todo era inexplicable para mí, lo cual demuestra dos cosas: o que yo era burro, que es posible; o que las letras de este tipo de canciones, como las de los himnos antes comentados, no están destinados a infantes. Como el catecismo, vaya, que había que aprender de cabo a rabo y responder sobre, por ejemplo, la concupiscencia (¿Qué demonios era eso?), la gracia santificante (¿reír hasta hacerte santo?) y otras cosas muy sospechosas.
La susodicha canción decía en una de sus partes:
"Qué alegría cuando me dijeron / vamos a la Casa del Señor"
Hasta ahí todo iba bien, pero luego llegaba el desconcierto:
"Ya están pisando nuestros pies / sus umbrales, Jerusalén"
De esta primera parte deducía yo que alguien nos estaba pisando los pies (y al parecer era motivo de gozo), y de la segunda, según mi versión, que un tal "Susumbrales" nos los pisaba, y yo ignoraba si Jerusalén era su apellido, o si solo lo ponían por rimar. Pero la cosa iba a peor:
"Jerusalén está fundada / como ciudad bien compactá (sic)"
Yo me imaginaba Jerusalén como una especie de cubo, algo sin ventanas ni puertas... no obstante lo más raro estaba por llegar:
"Allá suben las tribus"
¿Tribus? ¿Apaches, comanches, mescaleros, hurones? ¿Qué carajo pintaban los indios en Jerusalén? ¿Era John Wayne el tal "Susumbrales"? El colofón no me lo aclaraba más, la verdad:
"Las tribus del Señor"
Bien, si Cochise, Gerónimo, Toro Sentado y compañía hacían tan buenas migas con Dios, ¿cómo era que los vaqueros les daban siempre para el pelo? Dios era un extraño amigo, a decir verdad.

Otra canción era el paradigma de la ñoñería, incluso para un niño: "Miles de ermitas pequeñitas / cobijan tu imagen, Señora..."

Pero la más turbadora (no, no es un juego malicioso de palabras) era la siguiente: "El Señor hizo en mí maravillas/ gloria al Señor". Bueno, bueno... Al cantarla debería especificarse que Señor va en mayúscula, porque si no suena a folletín de telenovela ambientado en la España de principios de siglo XX, en que el cabeza de familia se beneficia a la pobre fámula pueblerina, quien, no obstante, se muestra bastante agradecida.

(Cuando pienso que en las iglesias norteamericanas cantan "Amazing Grace", me dan ganas de gritar: comparadla con la ermitas pequeñitas, las tribus y las maravillas del Señor...)

Por otro lado, me he enterado de que ahora se canta en misa una versión cristianizada de "Hallelujah", de Leonard Cohen; esto no es nuevo, pues también se cantaban versiones de Simon & Garfunkel ("The sounds of silence", creo recordar). Lo más simpático es que "Hallelujah", que es un precioso canto al amor profano y a la música, fue compuesta por un judío canadiense. Y no es lícito aprovecharse de aquellos a los que rechazas o excomulgas.

Resumiendo: el mundo de las canciones es tan extenso, tan inabarcable, que podríamos estar años hablando sobre ellas. En una próxima entrada hablaré sobre las canciones que desearía para mi entierro.
(A Joel Simkin, otro judío canadiense)


Justificar a ambos lados

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