martes, 2 de septiembre de 2008

Regreso, queridos lectores

Buenas, feliz retorno al trabajo. Hace una semana, recién llegado a casa, me puse a mirar, por curiosidad, cuántos participantes había en los concursos a los que he enviado novelas o relatos cortos. En uno, el afamado Hucha de Oro, hay cerca de 4000; en otro certamen de novela de Gijón, unas 600 novelas. Después de esto, he preferido no mirar más. Y me he planteado si, tal vez, tendré que cambiar mi estilo para que se me abra una puertecilla en este mundo tan inexpugnable. Una vez abierta la puerta, no tendría problemas para volver a escribir como me gusta.
Entonces, este es mi plan:
a) Plan A: En vez de escribir novelas de 200 ó 250 páginas, las escribiré de 800 ó 900; da igual si sobran 600 de ellas: muchos editores pesan los manuscritos (de cinco quilos en adelante, un exitazo). Elegiré temas candentes, añadiré mucho sexo oral, vueltas de tuerca sorprendentes, y ya está. me tildarán de comercial, de productor de best-sellers, me crucificarán si consigo vender 100.000 libros, y yo me reiré como la loca de "Jane Eyre".


b) Pero también tengo un Plan B. Consiste en escribir mucho sobre temas irrelevantes (cotidianos, vaya) usando un lenguaje tan intrincado, obsoleto, castizo o dialectal que la gente pensará que soy un genio porque no me entiende. Los editores aficionados a esta literatura miden la calidad por la longitud y frecuencia de los bostezos de los lectores-piloto. Prohibido el suspense, que es de mediocres: admiremos esas descripciones orgasmáticas de veinte páginas sobre cómo gira una rueda. Para este plan tendré que inventarme dos seudónimos; uno, Jefferson Juárez, que suena a fronterizo; el otro, Helenio Rosenberg, que suena a judeo-argentino. Me convertiré en autor de culto, sesudos autores bostezógenos me encumbrarán. Venderé 1000 libros en la primera edición, y después, nada: pontificaré sobre el horrible nivel literario mundial y rápidamente me pasaré al ensayo ficcional, dando por muerta la novela como prosa narrativa.


En fin, no debo engañarme a mí mismo. Mis planes A y B me van a salir como le salieron al Real Madrid en pretemporada. Debo resignarme a seguir escribiendo como lo hago, y a convencerme de que, si fuera inglés o norteamericano, o (voy a ser malo) mexicano o argentino o colombiano, o si hubiera publicado previamente algún opúsculo en vasco, catalán o gallego, seguramente ya me habrían publicado algunas de mis novelas. Qué malo soy, caray. Qué resentido estoy con todo esto, y qué mal lo disimulo. En conclusión, estamos en España, y no hay oxígeno que reste entre los editores A y B... y C, y D, y Ç, y Tx, y X...

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