martes, 3 de junio de 2008

Un dálmata

En mi entrada sobre "Grizzly man" cargué las tintas contra aquellos que pierden el norte en lo que se refiere a los animales de compañía. Bien, reconozco que yo no estoy libre de pecado, porque yo tuve un perro, un dálmata. El que ven aquí.
Mis padres me lo compraron al acabar 8º de EGB, aunque más que mío solo, este perro se convirtió casi en patrimonio de la humanidad. Se llamaba Randa, que es "Golfo" en gallego. Yo estaba muy influenciado por la película de Disney, y leía y releía el libro de los 101 dálmatas, o sea que fue como un sueño tener uno, un cachorro de solo una semana de vida con nosotros.
Respecto a sus antecedentes familiares, tengo la sospecha de que la madre de Randa era yonqui, porque su hermano Silver era paranoico, él me temo que era impotente, y se dice que una hermana acabó en la cárcel de Yeserías. Pero Randa era una preciosidad. Al ir creciendo se fue poniendo de lo más voluminoso, lo que, sumado a su equívoco nombre, ocasionaba que algunas personas me dijeran: "Qué, ¿la perrina va a tener perrines?" Yo me subía por las paredes. Mi madre aducía que Randa era como Liz Taylor: muy guapa de cara, pero le fallaba el tipo. No le faltaba razón.

Pero el caso es que Randa, como casi todos los perros, y casi ningún gato, se distinguía por su fidelidad incondicional a la familia y todos los allegados. Él tenía una cuota de cariño con todos, y sospecho que era el peor perro guardián de Occcidente, pero todo se lo perdonábamos, porque cuando mis hermanas estudiaban largas horas para el MIR (en la foto de la izquierda sale con mi hermana Susana, allá por el año 1974 ó 1975), él iba a estudiar con ellas el timepo que fuera necesario; porque atendía largas conversaciones en la cocina con mi padre, que le contaba las novedades ponferradinas; porque mi madre y Chiru le hablaban como si fuera un bebé humano y él se mostraba comprensivo; porque me perdonaba mis ataques de ira adolescente las pocas veces que tenía que sacarlo a la calle; porque a todos daba todo sin pedir más que unas caricias, bueno... muchas caricias (era muy mimosón).

Dicen que los perros no tienen concepto del tiempo, y que en sus cerebros una hora es similar a un mes o un año. Es mentira. Cuando me separé de él por primera vez, al ir a a hacer COU en Santiago, Randa pasó semanas como un alma en pena, yendo a la puerta a esperarme. Estaba muy triste. Cuando por fin regresé en Diciembre, tras tres meses fuera, se volvió loco, como nunca lo había visto en mi vida, y, literalmente, se cagó. También unas navidades vinieron a visitarnos los familiares de Madrid (Carlos, Mari, Fran, Jose y Nenx); él, que solo los veía en verano puso cara como de Jack Nicholson en la película del cuco, y creo que también se le soltaron los esfínteres de la emoción, algo que no ocurría durante los días de verano. Por lo tanto: refutado. Los perros tienen noción de tiempo.

La cuestión era que todos hablábamos con él, y él siempre escuchaba con gran educación, sentadito y mirándote fijamente, con las orejas alerta, y como no hablaba (a menudo parecía que de un momento a otro te contestaría... pero eso le ocurre a todos los propietarios de perros), es decir, como no hablaba de política, que era la fuente de discordia de aquellos días de la Transición, todos contentos. Randa era toda una institución en la familia, de hecho debería haber salido en el libro de familia. Hasta mi abuela Mercedes, nada propensa a arrumacos, le tenía cariño a "Ran" (le llamaba así, y no había manera de cambiarlo). Solo con mi primo Fran tenía una relación ambivalente porque siempre le hacía rabiar... y le llamaba "Carracho"("Garrapata" en gallego). Sospecho que era porque ese nombre no le gustaba. Los perros también tiene su dignidad, caray.

Un once de enero de 1983 hubo un incendio en los Grandes Almacenes Bodelón, una tienda de ropa famosísima en El Bierzo que está sita en los bajos del edificio de mi casa natal. El día anterior yo me había vuelto a Santiago, a la universidad. El incendio fue aterrador, tanto que mis padres y el resto de los inquilinos tuvieron que vivir un año fuera de casa hasta que arreglaran la estructura del edificio. Con el fuego se fue la luz; Randa, que previamente había estado intentando avisar del fuego a mis padres, estaba aterrado, tanto que dio un tirón a la correa y se escapó en la oscuridad hacia los pisos de arriba. Era suicida ir por él: el fuego cortaba el paso y la situación era peligrosísima. Además, era imposible ver nada con el humo. Por fortuna, todos los inquilinos pudieron salvarse.
Al día siguiente, en el periódico se dijo que no hubo víctimas personales; únicamente un perro habíia fallecido. Era Randa. Creo que todos habríamos quemado cien veces la casa con tal de que siguiera vivo. Cuando supe la noticia me derrumbé. Era la primera vez en mi vida que lloraba la pérdida de alguien. Años antes había habido fallecimientos en el entorno familiar, como es lógico, pero un niño ve la muerte de un mayor con una lógica, descarnada frialdad. Randa hizo que me topara con el dolor real de la pérdida.

Durante años, después de esto, cuando metía la llave en la cerradura de la casa de Ponferrada, me parecía oír los pasos de Randa resbalando por las losas del pasillo, ese sonido peculiar de las uñas contra el gres. Y cuando abría la puerta, aún esperaba que se me abalanzara para recibirme, como siempre, como si hiciera mucho que no nos viéramos, con ese cariño tan sincero y tan puro que en una vida muy pocas personas pueden dar. Sé que mi postura puede parecer cobarde, pero desde aquel día decidí que nunca más me encariñaría de un perro. Es suficiente el dolor de la vida humana para añadirle el de la canina. Pero nunca lo olvidaremos.

(A Randa, que correrá como un loco por el cielo de los perros; a Elena Álvarez Amigo, por las pastas y los bizcochos de mi niñez, y sobre todo por su cariño )

1 comentario:

Anónimo dijo...

Miguel Otero miente cuando dice: ”.... desde aquel día decidí que nunca más me encariñaría de un perro.”. Hace años me acogió en su casa, me alimentó e incluso me dio un buen baño.

Turdy Beaver (Cánido homeless by the face)