miércoles, 7 de mayo de 2008

Kakuroinómanos Anónimos

Hola. Me llamo Xxxx y soy un adicto. Gracias por los aplausos, pero no los merezco. Todo empezó cuando era pequeño, y me aficioné a buscar las 10 diferencias en dos dibujitos. Esto, a la larga, me llevó a las sopas de letras, y de estas, una cosa llevó a la otra, y acabé haciendo los crucigramas de siempre, los de las casillas en negro. Fíjense que, en vez de tener posters de Amancio o de Brabender en mi habitación, ¡tenía uno de Ocón de Oro! Creí que todo estaba bajo control hasta que un día encontré un Quiz en casa, oculto tras unas mantas viejas. Lo abrí, con el corazón rebotando en mi pecho, y vi el paraíso: ¡crucigramas blancos, dameros, columnas movedizas, mesas de relojero! Fueron años enganchado, con gran culpabilidad en mi conciencia, y una inmensa dejación de funciones. No me importaban ni el sexo ni el dinero, solo resolver los enigmas del Quiz.



Un día creí que todo estaba bajo control, a excepción de mi querencia al Damero Maldito de El País, que guardaba como un recordatorio de los oscuros tiempos pasados (además, el médico me recomendó dejarlo poco a poco, como los corticoides), cuando mi cuñado Juan me llamó a un aparte y me mostró algo. Era un cuadrado con 81 casillas, algunas cubiertas con números. Me costó entrar en el rompecabezas numérico, pero unas semanas más tarde estaba sudokizado. Ya podía aparecer King Kong en casa, ya podía salir la sobrina de Rouco en Interviu, ya podían atacar el Hospital Xeral con aviones, que yo no levantaba la cabeza del sudoku, aunque sí me quedaba tiempo para inyectar el vicio a mis allegados. En mis sueños, igual que cuando jugaba al Pac-man, veía casillas y más casillas, e inventaba estrategias que, al despertar, se revelaban inútiles. Y sí, lo reconozco, también repartí sudokus a la salida de las escuelas: ¡Dios me perdone, ya que yo no puedo!
Pero una mañana me levanté, rodeado de jirones de periódicos y revistas que robaba en los bares (mi hambre no conocía la saciedad), y decidí tirarlos a la basura. Pasé unos meses en que veía números en las paredes, la carne se me ponía de gallina, y vomitaba bilis con frecuencia. Era el sudokum tremens. Pero, con gran fuerza de voluntad, lo superé.




Hasta que, un año más tarde, cuando ya me creía limpio, una persona abrió un maletín y me enseñó algo a lo que no me pude resistir. En este caso las casillas estaban en blanco, pero tenían unos números de referencia a los lados. Había que sumar esas cifrar sin repetir números, y hacer coincidir todo sin tacha. Me resistí. Saca tu culo blanco de esta habitación: estoy limpio, le dije, considerando que hay que recurrir al doblaje de las películas para decir frases lapidarias. Pero el dealer insistió. Vamos, solo una pruebecita. Bueno, qué demonios, por probar no va a pasarme nada, total, por una vez... dije, sin mucha convicción.




Ahora ya no voy al trabajo. He dejado a mi mujer y a mis hijos. Vivo de la beneficencia, pero siempre me las arreglo para tener un Bic y un buen mazo de kakuros. Espero salir algún día del agujero y volver a ser profe de inglés; sin embargo... Bueno, gracias, gracias por su solidaridad. Que pase el siguiente.


A Juan Pedrido, profeta de la música indie



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