jueves, 24 de abril de 2008

John Franklin Bardin










Hay autores que logran en vida un minúsculo éxito, y no es sino tras su fallecimiento cuando la crítica advierte su notoriedad. Es el caso de John Franklin Bardin (Cincinatti, 1919-Nueva York, 1981), autor norteamericano de novela negra, al que Guillermo Cabrera Infante colocó en el podio de los más grandes del género, junto con Hammett y Highsmith.




Yo accedí a JFB por pura casualidad. Sería el año 1989 o 1990 cuando compré Al salir del infierno, editado por la desgraciadamente desaparecida Versal. Me lo merendé literalmente, y corrí apresurado a adquirir otro: El final de Philip Banter. A estas alturas ya era un adicto, pero tuve la fortuna de leer su obra maestra, El percherón mortal, en tercer lugar. Este es, posiblemente, el libro que a más personas he prestado (así está, el pobre, todo descuajeringado), y uno de los que me ha suscitado emociones más intensas en este género literario, junto con, por ejemplo, El cuchillo de Highsmith, o El cromosoma Calcuta de Amitav Ghosh.




El secreto de JFB no es la trama, como en el caso de Hammett, ni el recurso del conductismo de los autores de esa época; tampoco es el cúmulo de hechos intrascendentes que llevan irremediablemente al desastre, o la presencia simultánea del Bien y el Mal en un mismo ser, como es el caso de mi admiradísima Patricia Highsmith. JFB recurre a explorar la línea tenue, la hebra, diría yo, que separa la locura y la cordura, la complejidad y la fragilidad de la psique humana, sin desdeñar unas tramas angustiantes, en principios inverosímiles, pero siempre , al final, perfectamente lógicas. Según algunas fuentes, fue la enfermedad mental de su madre la que le llevó a desarrollar sus preocupaciones y sus temas. En Estados Unidos esos años cuarenta y cincuenta fueron la época dorada del psicoanálisis trasladado a la literatura, y de ahí a las pantallas por medio de directores como Preminger, Hitchcock, Lang...


En el caso de Al salir del infierno, Bardin estudia el espejo roto de una mente disociada; en Philip Banter (de la cual hay una extraña y desconocida versión titulada Banter en que creo recordar que salía un Tony Curtis muy, muy crepuscular), el protagonista sufre pérdidas de memoria, y le aparecen notas en que se predicen los hechos que sucederán en breve; en El percherón mortal... Bueno, estimo que no debo dar pistas sobre esta novela: solo sabed que a la consulta de un psiquiatra llega un hombre con un hibisco en el ojal, que afirma estar aterrorizado por unos hombrecillos, que el psiquiatra, fascinado por el relato, empezará a investigar, y que su vida se convertirá en una pesadilla inimaginable. Corría el año 1946 cuando se publicó, y el mundo acababa de salir de la peor pesadilla de la historia, y la existencia había adquirido matices de inevitable nihilismo.
Las tres novelas han sido reeditadas en formato de bolsillo, y creo, sinceramente, que, ahora que el verano empieza a aproximarse, nada mejor que comprar las tres y leerlas en el orden que yo sugiero. No os decepcionarán. Y, lo peor, tal vez, es que os haréis conscientes de la fragilidad de esa flotador que a duras penas nos mantiene con el cuerpo por encima de los abismos insondables de la demencia, de la psicosis, de la paranoia, enfermedades eternas pero cada vez más actuales gracias a este modo de vida tan encantador que han elegido por nosotros. Lo mejor, justa y paradójicamente, que nos haremos conscientes de esto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Conocí a Miguel Otero Furelos hace muchos, muchos años, casi tantos que se podría decir que después de la madre que lo parió, es decir Julita, pocas personas hay que podamos decir lo mismo.

Por aquel entonces éramos unos niños que a la salida del colegio se quedaban a charlar sentados en el poyo de mantequerías Tino, la tienda de comestibles que lindaba con el portal de su casa. Tendríamos más o menos siete años y nuestra altura apenas daba para sentarnos a mitad de altura del mismo, ya que al estar su calle en cuesta nos resultaba imposible impulsarnos para sentarnos en la parte más alta. Hoy esa parte inaccesible apenas me llega una cuarta por encima de la rodilla.¿De que hablabamos? Pues imagino que de muchas cosas, pero sobre todas ellas una en concreto: EL CAPITÁN TRUENO. Así con mayúsculas. Y sobre sus aventuras, y sobre Sigrid, lo guapa que era …yo que sé, supongo que cientos de cosas más que interesan a dos adultos de siete años. Pero alli nació una amistad que cuarenta años después (y ya esta bien)continúa, que hace que nos alegremos de vernos, de los libros que uno escribe y que el otro apenas puede criticar, de que cuando nos despidamos lo hagamos con un abrazo de los de verdad.

Desde aquellos momento hemos sido amigos: compartido charlas, visto partidos de futbol o baloncesto, paseos, diversiones, baños, vinos, comidas, aficiones, partidas de ping-pong y/o mus, Asterix, Blueberrys, Real Madrid, chicas guapas (esto solo en concepto)… y otras cosas que aún hoy en día seguimos descubriendo y sorprendiéndonos.

Más de una vez me he preguntado - y creo que él también - que es lo que nos une y entonces me viene a la memoria la escena de La vida de Brian, cuando en un momento de conspiración se enumera todo aquello que los judíos deben a los romanos: la educación, el agua, la seguridad… Si bien es cierto que coincidimos en muchas cosas también es verdad que en otros aspectos somos como la noche y el día, y sobre todo en los gustos literarios (dudo mucho que después de aquel “Dinero” de Martin Amis vuelva a hacerle caso en alguna adquisición que antes no haya diseccionado yo previamente). Me gustaría decir que la música (más allá de los boleros) es una coincidencia, pero soy demasiado simple o tal vez el idioma en este caso, supone para mí una barrera infranqueable. El rojillo, yo azulete, aunque realmente ambos somos más bien morados. En otras aficiones simplemente no hemos coincidido pero estoy totalmente convencido de que Miguel hubiese sido feliz experimentando volar colgado de un parapente (aún estas a tiempo, aunque solo sea en tandem. Pruébalo) o hubiese disfrutado arrastrandose por las cuevas del cañón del Río Lobos.

En fin, de una persona con aire de intelectual capaz de escribir un relato como “ELLA” y afirmar que se le fue “un poquito la olla”, pero que al mismo tiempo se chupa los partidos de ¿nuestro? Real Madrid domingo tras domingo, apoyado en la barra de una bar, podría hablar muchas cosas, pero solo se me ocurre decir que somos amigos.

Y sin duda seguiremos siéndolo.